La película que hoy os pienso traer es una película capaz de explicar, en parte, las razones por las que he tenido que dar un parón de varios meses a este tan gratificante hobby. Hoy os vengo a hablar de cómo «La clase obrera va al paraíso», película italiana de 1971 dirigida por Elio Petri. Esta cinta es algo sencillamente superior dentro de lo que venimos a llamar «el séptimo arte». A más de uno podría sonarle a hipérbole su calificación como un completo tratado de sociología; sin embargo en una ocasión como esta, y negándome a considerarla simplemente un costumbrista popurrí de cuestiones de clase, ejerceré como abogado de esta tesis. Este metraje, ya sea por mi siempre mejorable criterio cinematográfico o por cualquier otra razón, ha escalado con rapidez hasta convertirse en uno de mis all-time favorites.
Aunque a sabiendas de que en pasadas críticas pude haber mostrado una cierta animadversión a la hora de hacer un análisis social sobre las películas que comentaba, en esta cinta tal análisis no es solamente ineludible, sino que se mezcla con cualquiera que pretenda ser individual o personal. Es un hecho, además, que no puede esconderse la naturaleza de zoon politikón del ser humano en prácticamente ningún asunto. Haciendo referencia a la introducción de este blog: si el cine es el acto de fotografiar a Dios encarnado en una realidad específica como decía André Bazin, existe un Dios de la geometría y de los intelectuales y otro muy distinto Dios del pueblo como decía Gramsci. Aunque no soy amigo del «lo personal es político», menos amigo soy de la negación de esto.
Dejémonos ahora ya de una vez de generalidades y comencemos a hablar de la película. Con una insuperable banda sonora de Ennio Morricone y un Gian Maria Volonté que se come la pantalla, el tuétano de la belleza del filme reside en la
sinceridad para con la clase a la que se dirige y sobre la que trata. En
una época de pomposas películas quasi-propagandísticas con respecto a
las bondades de la revolución obrera (pienso en el cine situacionista de
Godard y un largo etcétera) esta película está lejos de maniqueísmo
alguno, pues, en sí, no considera a la clase obrera como maniquíes a los
que sólo hace falta una vanguardia para por fin tomar los medios de
producción.
El director, Elio Petri, ex-miembro del Partido
Comunista Italiano y un profundo renegado de las políticas soviéticas en
Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968 se alejó del fervor
revolucionario que se respiraba en la intelectualidad europea del
momento (fruto de la Revolución Cultural china y de la revolución
cubana) y adoptó una posición mucho más profunda y humana hacia
las verdaderas contradicciones que atravesaba la clase obrera italiana y
europea occidental del momento. Todo esto, lejos de hacer su cine y la
película más fácil, la sumerge aún más en contradicciones. En esencia, Petri y su cine son uno más en esa extensa tradición italiana de brindar al mundo mentes brillantes en el campo del análisis social y el análisis de clase, y su nombre bien podría estar en el panteón de los Malatesta, Gramsci o Togliatti.
No
embellece a esa clase obrera que efectivamente es vulgar, machista y
racista y bajo ningún concepto los muestra como una mera herramienta,
que, con una vuelta de tuerca, podría tomar las riendas de los frutos de
su trabajo. Enseña esa contradicción tan obrera de desdeñar la clase
dominante y el sistema que de ella emana, acompañado de un
deseo nostálgico de poder llegar a ser y a gozar de los lujos de esa
burguesía.
Se da a su vez una ferocísima crítica a la vanguardia
juvenil, fruto del maoísmo, que pretende guiar a los obreros, pero sin
haber pisado jamás una fábrica. La contradicción es aún mayor, dado que
los jóvenes se encuentran en ese mundo universitario del estudio alejado de ese mundo del trabajo, fruto del
trabajo obrero de sus padres. Esto despierta en los obreros a la vez una
contradicción social y existencial, dado que los estudiantes pierden
para ellos toda la seriedad que pudiesen tener al no ser más que meros
mantenidos, pero los miran con cierta nostalgia, ya que les
gustaría con el fruto de su trabajo poder pagar una buena educación a
sus hijos que pudiese hacer de ellos ciudadanos con conciencia de clase que no
tuviesen que vivir lo que ellos viven para ganar el pan. Esto los
sumerge aún más en un trabajo deshumanizante con la esperanza de que de
ello pueda salir alguna vez algo de humanidad, sin que necesariamente ellos
tengan que vivir para verlo.
La contradicción entre rebelarse y
estar en el paro con una familia que mantener. La contradicción de alzar
la voz, pero tener que mantener la unidad sindical que tanto ha costado
alcanzar. Todo esto y más en esta película. Una película que no ofrece
soluciones fáciles, porque, de hecho, no ofrece soluciones, pero sí
plantea problemas que muchos marxistas-leninistas de manual de la época y
también de la actualidad parecían y parecen obviar. Antes de superar
las contradicciones entre las clases, habrá que superar las
contradicciones en la clase propia.
Retornando con una película así, se puede leer entre líneas el cúmulo de razones, o, debería decir, de contradicciones, que me han impedido, como antes dije, publicar hasta ahora.