viernes, 11 de septiembre de 2020

«The Hater» (2020): ¿grieta en Netflix?




Era 13 de enero de 2019.

Paweł Adamowicz, alcalde liberal de Gdańsk (la antigua Danzig), acudía a un acto caritativo destinado al recaudamiento de fondos para hospitales infantiles.

Adamowicz ya era para aquel entonces una figura clave de la oposición europeísta a los gobiernos derechistas de Polonia. Su perfil centrista y moderado, al igual que su sensibilidad en asuntos de minorías, refugiados y LGBT, suscitaba agrios odios entre los círculos más nacionalistas.

 

 Paweł Bogdan Adamowicz. Foto: Cortesía del autor

En el momento en que se dirigía a hablar en el escenario fue brutalmente apuñalado por un encapuchado. Las fatales heridas infligidas contra su corazón, lo llevarían a fallecer en el hospital al día siguiente.

El asesino, Stefan Wilmont, fue desvelado como un joven expresidiario, diagnosticado con una severa esquizofrenia y con especial actividad en foros de Internet de la ya no tan joven alt-right.

 

 
 Funeral de Paweł Adamowicz. Foto: Cortesía del autor

A la muerte del político, las muestras de repulsa por el atentado no se hicieron esperar. La condena retumbó unánime desde Rusia hasta el Parlamento Europeo, pasando por el mismísimo pontífice. En la propia Polonia, media ciudadanía se echó a las calles en multitudinarias manifestaciones contra la intolerancia política y el extremismo.

Pero no todos alzaron su voz al cielo. Algunos ojos dejaban entrever en sus pupilas un traumático silencio de culpabilidad. Albergaban un secreto muy grande dentro de ellos.

Tan solo tres semanas antes del siniestro, Jan Komasa terminaba el rodaje de su última película: The Hater. Sin embargo, los paralelismos entre la sinopsis del film y los acontecimientos políticos que se fueron sucediendo en Polonia llegaron a ser tantos que obligaron al director a guardar su obra bajo llave, a la espera de un clima menos efervescente.

Este nunca llegaría.

Aun así, tenía derecho a guardar silencio, porque, después de todo, ¿quién demonios es Jan Komasa?

Este prometedor director, del que sin duda seguiremos hablando en el futuro, se dio a conocer en 2011 con su brillante cinta Suicide Room.

Para entonces Polonia, al igual que el resto de Europa, comenzaba a experimentar los dramáticos efectos de la crisis económica de 2008. Esta mostraba la peor cara del capitalismo a un país que venía de un difícil contexto poscomunista.


 
 Fotograma de Suicide Room. Foto: Cortesía del autor

Interesado por retratar el sufrimiento de la década del 2010, Komasa fue escalando en su filmografía. Desde el inicio de esta, su leitmotiv ha consistido en presentar cómo las indómitas fuerzas de la negatividad pueden llevar al hundimiento a una persona insegura.

Así, mientras todos estábamos babeando con Parásitos, pocos se dieron cuenta de que se nos había colado el largometraje Corpus Christi (Jan Komasa, 2019) entre las finalistas de los Oscars a mejor película extranjera. En ella se vaticina una liberación final de todas las fuerzas del mal.

No obstante, lo que verdaderamente convierte a Komasa en un director de nuestra época, es su capacidad de conectar esas cataratas de un odio lento y tóxico con el mundo tecnológico y el aislacionismo virtual.

 

 
 
De esta forma, sin poder contener más la respiración, The Hater terminó siendo estrenada el 6 de marzo de este año. Pero en un ejercicio de hermosa a la vez que trágica ironía, todos los cines de Polonia serían cerrados menos de una semana después a causa del COVID-19. La distribución del filme quedaba ahora en manos de la red, en manos de Netflix.

No sabían dónde se estaban metiendo.

En sus siempre pigmentados fotogramas, cálidos y fríos, fríos y cálidos, Komasa nos enseña que no se odia de la misma manera en 2011 que en 2020.
 
 

Partiendo de Suicide Room –película con la cual The Hater posee claras similitudes y de la que es prácticamente un spin off–, el odio en un mundo que se percibe a sí mismo con mayor estabilidad es más templado. La naturaleza persiste en su maquinaria y permanece impasible ante sus tristes, a los cuales destierra a una vida de medicamentos y de encierro.

Ahora, sin embargo, cuando el confinamiento es general, la locura echa raíces hasta convertirse en lo lógico. A medida que más pantallas de ordenador iluminan la oscuridad de la noche, la soledad acompaña a la mayoría.

Sabedor de esta esencia íntima del dolor, en The Hater vemos un cine de fin de época muy diferente a los demás.

Aunque se recupera ese elemento de clase cada vez más habitual en el cine comercial –Parásitos (2019) o Shoplifters (2018)– hay poca o ninguna idealización al fin del capitalismo. Komasa –quizá por haber nacido en el primer país en transitar voluntariamente del comunismo a la democracia– sabe lo inválido del esquema del limpio trabajador oprimido por el malvado empresario; antes prefiere preguntarse el porqué de la amargura en el corazón de ambos.

Junto a este enfoque tan cristiano del asunto, existen otros elementos que permiten pensar que esta improvisada colaboración entre el cine polaco y Netflix puede suscitar algún tipo de grieta en esta última plataforma, que tan acostumbrados nos tiene al seguimiento de la agenda del progresismo adinerado.

En The Hater vemos un análisis de las élites europeas como pocas veces se nos muestra en la gran pantalla.

Los padres, al lado de sus vinos afrancesados, sus lofts de lujo y sus sibaríticas piezas de violín, comparten una vaga y muy pobre idea de liberalismo, socialismo y tonto europeísmo para con una sociedad cuyo olor en el metro no soportan.

La película recuerda la manera tan sagaz en que tanto Tólstoi como Dostoyevski parodiaban una caduca aristocracia rusa, que pregonaba el socialismo utópico en los escritos de la noche, mientras practicaba el feudalismo zarista a plena luz del día.

En el contexto polaco, la paradoja es especialmente dolorosa, en tanto que el dinero “pijoprogre” de los padres proviene del colaboracionismo de los abuelos con un aparato represor estalinista, radicalización del “bienintencionado” socialismo de los bisabuelos.



 

Con los hijos… Con los hijos ya es otra historia.

No estamos hablando solamente de esos privilegiados que van con el número del abogado de papá escrito en el brazo.

Tampoco hablamos de esos chavales que malgastan el dinero de sus familias en estudios que no les interesan y que nunca han prometido terminar.

No todos alquilan apartamentos caros en el centro para luego robarle la maría a los compas del piso.

No todos son pulgares arriba para el directo, preparando la última receta con queso veggie y gluten free.

No todos los días se ejercitan los glúteos delante de Instagram.

Es en el alma de los jóvenes donde el filme deja ver su lado más amargo. Reflexionando sobre el influjo de Internet y la fugacidad de las redes sociales en esa carrera por la conquista de las aspiraciones, The Hater nos dice que a medida que alcanzamos más fácil los deseos, más difícil se vuelve desear.

El final de la Unión Europea será transmitido por Netflix. También ella se hará eco de que, quizá más pronto que tarde, la Oda a la Alegría será devorada por el odio de sus fantasmas.

En ese himno beethoveniano hay tanto de prerromanticismo que resulta imposible sentir alegría antes que una brisa similar a la del vértigo premonitorio.

Demasiada historia a las espaldas de esta península cristiana de Eurasia.

TRÁILER: https://www.youtube.com/watch?v=wpTrCQGLu4o