La
película comienza de una manera en que pretende dejar las cosas bien
claras. Tras el asesinato de un agente keniano-británico por un grupo
terrorista islámico a las afueras de Nairobi se evidencia una de las
premisas de las que parte todo. Vemos cómo suenan varios teléfonos. Uno
está en Las Vegas, otro en Londres. Lo que ha ocurrido en un lugar, ya
ha ocurrido en todos.
Tras este evento arranca
la trama. Esta gira en torno a una operación militar conjunta de los
gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido y Kenya en el territorio de
esta última. El objetivo es la captura, y posteriormente pasa a la
eliminación, de unos altos mandos del grupo fundamentalista Al-Shabaab,
que pretendían realizar un atentado suicida. Se da, sin embargo, la
particularidad de que entre los organizadores hay un pequeño grupo de
ciudadanos estadounidenses y británicos conversos.
Es
con todo esto que surgirán todo un cúmulo de preguntas y cuestiones,
algunas de las cuales atormentarán también a los protagonistas de
nuestra historia. Para entenderla habrá, por suerte, unos cuantos
conceptos clave.
Haciendo referencia a lo
comentado anteriormente: aquello ocurrido en un lugar, ya ocurre en
todos. Estamos, pues, ante un mundo globalizado. Sin embargo, no
podríamos dejar de considerar ingenuo a aquel que pensase que estos
cambios se han producido por una causa ideal o ideológica, como Fukuyama
en El fin de la Historia. Nunca pretendió el ser humano como fin en sí
mismo saber todo lo que ocurría en cualquier parte y en cualquier
momento. No lo pretendió no porque no lo quisiera, sino porque nunca lo
imaginó posible. No. Todo esto fue y es un efecto colateral del
desarrollo tecnológico.
Es este desarrollo
junto con la aparición con fuerza de Internet y su inmediatez
informativa lo que finalmente contribuyó a que acabásemos «pensando como
planeta» ahora más que nunca. Pero «pensar como planeta» es algo más
allá de una frase bonita. Significa también delegar en el planeta como
sujeto una serie de competencias donde le reconocemos autoridad. Las que
hay están trepidantemente avanzadas, como el comercio. Algunas se
pretenden empezar a construir y a desarrollar, como la ecología. Otras
brillan por su ausencia, como la justicia universal.
Me
arriesgaré a quedar como un pesado al referenciar otra vez el que
«aquello ocurrido en un lugar, ya ocurre en todos». Lo hago porque hay
aquí un pequeño truco. ¿Por qué hablamos de que un hecho ocurre en todos
lados, cuando los teléfonos anteriormente mencionados sonaron solo en
EEUU y en Reino Unido? ¿No será que nuestra concepción del «todo» es la
misma que de la de EEUU y Reino Unido? No es ni un truco ni es pequeño,
sino una cuestión de hegemonía cultural.
Pero
la cosa no se queda aquí. Esa hegemonía cultural viene de la hegemonía
tecnológica y esta, a su vez, del poder económico. Ya que ha sido la
tecnología de los países más poderosos la que nos ha traído la capacidad
de pensar como planeta, estamos tal vez condenados a ver el planeta a
través solo de estos países. Como consecuencia ocurre lo mismo con la
justicia universal.
Lo demás es solo concretar.
En la película, circunstancia tras circunstancia, se confirma esta
trágica teoría con un rigor de deducción lógica.
Se
dan inacabables y enrevesados debates de naturaleza jurídica y
diplomática por la muerte de un ciudadano británico y otro
estadounidense; la sangre keniata vale menos. Los mandos militares
mienten sobre el daño colateral hacia civiles provocado en la operación.
Nadie puede levantar la mano contra esto en medio de una obediencia
militar sacrosanta. A los soldados responsables, rotos por dentro, solo
les queda pensar que lo han hecho por su patria. Su poderosa patria.
Sin
embargo, esta hegemonía de los países ricos no es total. La película es
en sí prueba de ello. En ella vemos que las que una vez pretendieron
ser las fuerzas del «bien» en una «lucha entre el bien y el mal» sufren
de los mismos problemas morales que el más débil de todos nosotros. Está
por ejemplo la vulnerabilidad al eterno debate entre el derecho
categórico kantiano –«un inocente no puede morir»– y el utilitarismo
ético –«un inocente puede morir si con ello se evitan las muertes de más
inocentes»–. Este es, también, un debate de justicia.
Hay
cosas que ni con todo el poder del mundo se pueden superar. Hay una
justicia que parece que no pueden sobrepasar ni los más poderosos.
Decía
Trasímaco dialogando con Sócrates en la República de Platón que «la
justicia no es otra cosa que la ventaja del más fuerte». No sabemos aún
si se refería a si eso es lo que acaba ocurriendo con la justicia al
final o si esa era en sí la definición de justicia. Esperemos que no sea
lo segundo.