Vamos a hacer un ejercicio de imaginación: dos situaciones.
La
primera es cuando una película nos llama la atención por cualquier
motivo. Ya sea porque has leído una buena crítica, porque ese amigo del
que te fías para estas cosas te la recomienda… lo que sea. El caso es
que te interesa y lees la sinopsis: la idea es muy creativa, parece una
propuesta llena de posibilidades y puede que hasta un peliculón en potencia, un clásico incluso.
Después
llegas al cine, la ves, y no pasa de mediocre. Ni siquiera es mala,
solo te parece un gran desperdicio de tiempo y dinero. Muchos posibles
desarrollos interesantes los pasa por alto y lo que intenta... pues no
le sale demasiado bien.
Al acabar sólo piensas, si eres un poco cruel, «para esto ni lo intentes»; si eres más benévolo –o has pagado por verla–, «no está mal, pero podría haber sido mejor» sabiendo que por voluntad propia no la volverás a ver.
Si
bien típica en su género, el cine negro, la sinopsis es interesante y
resulta en una película excelente, a la altura de su director José Luis Garci. Esto lo logra no por su trama, sino porque, precisamente al
contrario que antes, todo lo que intenta lo logra. Desde las escenas
hasta los personajes, todos consiguen transmitir las sensaciones que se
proponen.
Un profesor que tuve,
muy aficionado a las novelas negras y, en general, a todo el género
negro, me decía que este era muy particular. El aficionado a estas obras
no desea grandes reinvenciones ni revoluciones del género, sino que desean ver lo que han
ido a ver: torturados policías o detectives privados que abandonan a su
familia por resolver ese caso que los tiene obsesionados, que los tiene
día y noche tras un criminal –en muchas ocasiones en contra de toda la
sociedad que se esfuerza en premiar a los malos y machacar a los justos–
aun a riesgo de perder a sus seres queridos, la cordura o la vida,
porque los pobres diablos como ellos son la última frontera que contiene
a la bestia humana. Personajes rotos pero seductores, siempre con
defectos y siempre humanos. Amados y desamados. Armados y desarmados.
Sin duda El crack pertenece a este género. Sabe lo que busca y cumple lo que promete, he ahí la clave de su excelencia. No cabe mejor definición.
«Un tipo duro y solitario que trata de sobrevivir en una sociedad podrida gracias a un trabajo sucio.»
No agota todos
los tópicos evidentemente, solo los necesarios para sumergirte en la
historia y transportarte a un Madrid de principios de los ochenta, que
tiene un agradable regusto a Nueva York o Chicago de la mano del estoico
detective privado y expolicía Germán Areta.
La
mezcla entre un imaginario puramente español con un crimen y una mafia
sórdidas, que nunca esperaríamos en el barrio de Chamberí o en la Gran
Vía, se hace impecablemente y con una naturalidad que pocas películas
obtienen. Pese a lo que nos haya acostumbrado el mundo cinematográfico,
el cine negro no se da sólo en las grandes metrópolis norteamericanas, a
él se adaptan muy bien el mus, la picaresca navajera y la chulería
hispana.
Cabe
también comentar cómo ha envejecido la película, al igual que la
representación de esta del Madrid y de la España de la época.

El escritor de esta presente
crítica es mucho más joven que la película, por lo que no puede decir
de primera mano si Madrid fue así o no. Es ese precisamente uno de los
motivos que me hace pensar que esta película tiene tan buen envejecer.
Nuestros padres nos han contado cosas de estos años, es cierto. Si se es
curioso también se habrá leído, visto películas, documentales, etc.
Pero esto solo logra un tipo de aproximación siempre distante, más la de
un turista de libros que la de un genuino habitante.
El resultado se parece al tipo de sensación que se puede tener con un western.
El espectador conoce cosas de la época: sabe que más o menos vestían
así, los lugares comunes del Oeste americano, también es consciente de
que no estaban todo el día a tiros y con historias apasionantes, etc. No
obstante, siempre hay algo que puedes saber que existe, pero nunca
conocer completamente: esa lente de época. Esta está hecha de trasfondo
social y de bagaje cultural de años de cine y literatura. Los que han
vivido en esa época y lugar la reconocen al instante.
Esta película provoca esa misma sensación para alguien que, por edad, no vivió ese Madrid.
La historia, las situaciones, los personajes, la actuación de Alfredo Landa… prácticamente todo te sumerge en la trama y en esa España,
tratada con un mimo que despierta a la nostalgia.
Puede
que el Madrid real no fuera exactamente así, pero solo sé que no hay
nada que te saque del cauce por el que nos conduce la cinta, de la
sumersión en la trama y en la vida de esos personajes tan cercanos, tan
lejanos.
Me atrevo a decir que es una película que envejece bien.
Habría
muchas más cosas que comentar acerca de este excelente metraje, pero
con esto creo haber levantados las ganas que quería y haber dado
sustancia a mi recomendación de verla. Si esto le ha parecido
interesante a alguien, espero igualmente que profundice en la obra de
Garci.
Feliz visionado.
Por Ángel Luis Campo Loranca
Por Ángel Luis Campo Loranca