viernes, 1 de febrero de 2019

«El show de Truman» y los límites del horizonte

[PUEDE CONTENER SPOILERS]

Para dar el pistoletazo de salida de este blog he decidido contar con una película conocida por el público mayoritario como es El show de Truman, película que esconde mucho más de lo que deja ver en la pantalla, ya que tiene todo un mundo de interpretaciones tras de sí.

Podría intentar elogiar el magnífico trabajo en la dirección de Peter Weir o el colosal guion de Andrew Niccol (quien tan acostumbrados nos tiene a guiones nada paradigmáticos), que es donde verdaderamente está el jugo del metraje; podría incluso intentar referirme a las maravillas que hace el espléndido Philip Glass al mando de la música; sin embargo, la parte técnica no me es de interés a la hora de hablar de una película como esta.

La película, para refrescar la memoria de aquellos que la han visto pero no la recuerdan (ya que los que no la han visto avisados quedaron de los spoilers), cuenta la historia de un hombre, Truman Burbank, quien es el protagonista, sin saberlo, de uno de los programas de televisión más vistos del planeta: El show de Truman. El programa estuvo en antena desde su nacimiento, se nos cuenta, y se mantiene en directo las 24 horas del día. Con un despliegue de miles de cámaras y actores por todo un gigantesco set, que aparenta ser una idílica ciudad de ensueño americano, son sistemáticamente grabados todos los detalles de la vida personal de Truman. Para evitar que este salga la ciudad en la que vive, los guionistas de su vida recurren a crear en él miedos y traumas desde la infancia hacia el mar y los viajes en general, algo que contrasta con el espíritu aventurero del propio Truman. A lo largo del filme, Truman irá descubriendo pequeños detalles que le darán pistas sobre que su vida no es más que un espectáculo organizado de manera que ocurra solamente aquello que mantenga una audiencia de miles de millones de televisiones por todo el planeta en vilo.

Tras habernos ubicado, podemos adentrarnos en analizar solo algunas de las mil caras que tiene toda la temática de la película.

Una interpretación muy certera, aunque un tanto superficial si no fuera más allá, sería entender que la cinta es una gran crítica a los medios de entretenimiento y comunicación masivos. Más concretamente, dentro de esta manera de verlo, se pone de manifiesto la progresiva «amarillización» del criterio del espectador medio, exigiendo cada vez más el público un mayor conocimiento de la vida privada de aquellos que protagonizan sus programas favoritos. En el inicio de la película, donde se nos presenta al creador del programa, Christof, se pone, de hecho, de manifiesto que la sociedad, cansada de artificiosas actuaciones, demandaba algo como El show de Truman, que, en palabras del propio Christof, «no es siempre Shakespeare, pero es genuino». Un ejemplo de esta masificación mediática se da en que al final de la película, tras la epopeya de Truman en la conquista de su libertad y habiendo llegado a su fin todo el programa, un par de espectadores sencillamente deciden cambiar de canal para ver qué más dan en la televisión en ese momento. Por otra parte, igualmente encuadrado dentro de esta visión, puede mencionarse la enorme importancia de la publicidad en el propio desarrollo del show y de su vida, como pequeño guiño al poder económico que tras todo el proyecto se encuentra.

En cierto modo puede decirse que la película «predijo» fenómenos como las redes sociales, donde, pese a haber un menor nivel de distopía, sí da a veces la sensación de que se vive más de cara a una audiencia que para expresarse uno mismo. Cerrando esta interpretación y recurriendo a una anécdota, resulta que desde 2008 se han reportado unos 40 casos a nivel mundial de una suerte de trastorno psiquiátrico llamado «síndrome de Truman», afirmando aquellos que lo padecen el sentir que el mundo gira únicamente a su alrededor y que sus seres queridos no son más que actores que siguen un guion cinematográfico. Uno de los afectados llegó a afirmar que su destino era subir a la Estatua de la Libertad para reunirse allí con su antigua novia entre aplausos de todos y terminar así su show.

Alejándonos ahora de los amores y las bondades que nos brindan la filosofía política y la cosmovisión social de las cosas, ahondemos en un signficado más personal de la película.

Por momentos se plantea durante la misma un gran dilema. Es el dilema de si Truman es realmente un prisionero o no. Es curioso argumentar una respuesta afirmativa o negativa a esta cuestión, pero si somos cuidadosos nos daremos cuenta de que una posible respuesta racional de esta cuestión nos lleva a preguntas mayores como la de qué es la vida en sí misma. Veámoslo.

Por un lado la película parece plantear una lucha entre Truman y un Dios bondadoso, creador de su mundo. Digo «bondadoso», porque, distando considerablemente del Dios del Antiguo Testamento, que obligaba a sus súbditos a rendirle pleitesía aún en la mayor de las desdichas, Christof, creador del show, es algo así como un dios humanizado, consciente de su poder de realizar el bien para con la persona a quien tiene a su cargo. De esta manera, aun limitado en su capacidad de abandonar su mundo, Truman logra llevar una vida cómoda y sin preocupaciones en un lugar y un ambiente hecho a su medida. Para algunos aquí terminaría todo. Pero hemos olvidado que aun cómoda y despreocupada, la vida de Truman es, ante todo, monótona, predecible y sencilla. Esta sencillez es capaz, a veces, de matar a algunas personas.

Al final de la película Truman y «Dios» (pues no por nada el creador del programa recibe el nombre de «Christof») mantienen una conversación en la que este último admite que nada a su alrededor era real. Cabría preguntarse ahora cuál era su argumento para mantener a Truman donde estaba. La sencillez, la ausencia de preocupaciones, la previsibilidad, la comodidad y demás sentimientos como estos pueden ser a veces herramientas muy fuertes para mantener al ser humano en su sitio, aún siendo este capaz de ir más allá, y esto es algo conocido por todos aquellos que alguna vez manejaron el poder sobre terceras personas o así lo pretendieron. Truman no accede.

Viene ahora la pregunta de qué lleva a Truman a abandonar un mundo así de idílico. Con una vida material asegurada, esposa y amoríos también, ¿qué revuelve en las tripas de Truman ese cálido y aullante sentimiento de libertad? En una escena de la película podemos ver a un Truman desesperado, y que va descubriendo la naturaleza del mundo que le rodea, interponiéndose delante del tráfico, entrando en peleas con transeúntes y, en general, realizando actos aleatorios y desconcertantes. La pasividad de la gente a su alrededor no hace más que helarle el corazón. ¿Quién no ha tenido jamás la clásica fantasía cartesiana en la que el universo que queda tras nosotros cuando paseamos por la calle desaparece a nuestro paso solo para regenerarse cuando volvemos la mirada? Imaginad por un momento que fuésemos capaces de demostrar que esto es así realmente. ¿Será que el ser humano, aun llevando una vida acorde con unos principios estables, necesita saber que es capaz de rebelarse contra su destino si así lo decidiese? ¿Será que el individuo se vería arrastrado a la locura si llegase a saber que todo lo que ocurre en el universo gira únicamente en torno a él y sus intereses? ¿Será que estar acompañado no es solamente tener junto a uno una presencia física, sino también una «competencia» por existir?
 

Una analogía clara puede trazarse entre la lucha de Truman y el mito de la caverna de Platón. Truman lucha por alcanzar una verdad que le fue arrebatada al nacer. Para ello ha de superar multitud de fuerzas que pretenden llevarlo en dirección contraria como el miedo, los traumas y falsas convenciones que nunca terminó de entender. Solo saliendo de su mundo ideal, pero falso, será capaz de adquirir la verdadera felicidad.

Pero es también la lucha de Truman una lucha por la superación. Este es capaz de poner su propia vida en riesgo ante un Dios colérico, que ya no puede hacerle feliz con el mundo que tiene creado para él. Tanto es así, que los únicos argumentos que le quedan a este Dios son la comodidad, el miedo y la pereza antes que la belleza, la justicia o la felicidad. Algo parecido al argumento de creer en Dios cuando el avión pasa por la zona de turbulencias.

Sea como sea, tanto Platón y su caverna como Nietzsche y su Übermensch disfrutarían hasta el último plano de esta obra maestra. Como la vida misma, es una película para aquellos que quieren mirar más allá de los límites del horizonte.

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