domingo, 27 de diciembre de 2020

Historia del cine zombi (I)

La mayoría pensaréis que el fin del mundo comenzó en 2020, cuando un nuevo coronavirus muy contagioso se dio a conocer en la ciudad china de Wuhan. De ahí se extendió al resto del mundo y de nuevo la vieja historia que ya todos nos sabemos.


Otros como Jim Jarmusch, sin embargo, situaron extrañamente el apocalipsis en 2019, ese año perfecto.


La última obra de este director, The Dead Don’t Die (2019), supone todo un redescubrimiento del género zombi, a la vez que una genial comedia metafílmica.


No obstante, a pesar del clásico estilo indie de Jarmusch, por toda la película se respira un aire de cierto aburrimiento y dejadez. Los protagonistas, Bill Murray –fetiche del cineasta– y Adam Driver, se acaban cansando de huir de los muertos y asumen su desdichado final con un estoicismo que más bien roza la indiferencia.


Pero la falta de autoestima de los zombis no es nueva. Ya por 2012 una cinta como The Cabin in the Woods nos retrataba magistralmente la máquina de hacer dinero en que se había convertido este tipo de cine. El público, embobado, buscaría siempre la misma película; ésta repetiría los mismos clichés de la anterior y así infinitamente.


¿Qué sucede? ¿Se ha convertido acaso el cine zombi en un género insípido, insustancial y puramente slasher?

 


Nada más lejos de la realidad.


Uno de los ejemplos frecuentemente citados para señalar esta supuesta decadencia es el film Corona Zombies, cuyo estreno en abril de 2020 coincidía con lo peor del pánico mundial por la pandemia de coronavirus. Zombies con mascarilla persiguiendo a gente que se defiende con gel desinfectante.


Katy Gillett, redactora cinematográfica de The National, escribía en su columna que la experiencia “podía estar bien si lo tuyo son las pelis de zombis y eres capaz de asumirlas como puro escapismo para no tomar en serio. Si no”, proseguía con altividad, “pasa de ella”.


¿En serio? ¿Que en medio de un encierro planetario por una pandemia salga una película de zombis con mascarillas te parece escapismo?


Lo desacertado de este comentario representa, sin embargo, la profunda ignorancia sobre el género en cuestión, que, desgraciadamente, abunda. El cine zombi es sistemáticamente humillado y despreciado por una clase intelectual demasiado snob como para poder llegar a pensar siquiera que hay algo que no están viendo.


La categoría zombi dentro del género del horror es probablemente una de las más complejas y terroríficas.

 


En cada película de zombis, en cada época, quedan absolutamente plasmados todos nuestros temores como sociedad, desde la antigua brujería hasta la biología moderna con la eterna constante de la muerte.


Nos deja caer preguntas trascendentales que siempre permanecen. ¿Cómo puede morir algo que ya está muerto? ¿Cómo es capaz de darnos tanto miedo algo que se mueve tan despacio?


La respuesta a todas estas cuestiones es precisamente aquello que hace al cine zombi lo contrario al escapismo: lo molesto, lo invasivo y lo ineludible del zombi es su carácter social, su compacidad de manada que asalta a un individuo aterrado, débil, solitario y, en última instancia, abandonado. Los zombis son, en esencia, nuestras peores pesadillas como masa post-industrial.


¿Qué no me creéis?


Pues...


Haití, 1804.


El presidente Jean-Jacques Dessalines había proclamado la independencia del país el 1 de enero de ese mismo año, fruto de la única revolución de esclavos victoriosa de toda la historia. Triunfante, Dessalines ordenó la eliminación física de los blancos que aún quedaban en el territorio tras la derrota francesa, al tiempo que Haití era declarada constitucionalmente como una nación de negros.


“¡Para nuestra declaración de independencia deberíamos tener la piel de un hombre blanco para pergamino, su cráneo para un tintero, su sangre para tinta y una bayoneta como bolígrafo!” había sentenciado Dessalines.


Aunque la población haitiana se mostró inicialmente reticente a realizar las matanzas exigidas por su presidente, éste, luego proclamado emperador, fue de gira pueblo por pueblo para asegurarse de que, efectivamente, las masacres tenían lugar. Especial énfasis se hizo sobre los mulatos (mestizos), que, para saldar la suciedad de su mezcla con el hombre blanco, habrían de ser los más asiduos en las carnicerías contra los ex-colonos franceses.

 


Para abril de 1804 Haití era un completo baño de sangre.


Entre los participantes de la barbarie destacó un joven mulato de Puerto Príncipe, Jean Zombi, conocido por la brutalidad hacia sus víctimas. Se dice que Zombi detuvo a un hombre blanco al azar por las calles de la ciudad, lo desnudó y lo llevó al Palacio Presidencial en presencia de Dessalines, como si de un esclavo a la inversa se tratase. Allí, cuenta la leyenda que la muerte que obtuvo el pobre desgraciado a manos de Zombi fue tan horrible y alevosa, que el dirigente imperial, aterrorizado por lo que había visto, mandó a poner fin al genocidio poco después del suceso.


Ese día, ante los ojos del incipiente mundo de la contemporaneidad sangrienta, nacía la leyenda del zombi.

 

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